Insisto en limpiar tus lágrimas de calor termal
porque soy aquel pañuelo que algún día se untara de cruz,
donde los lamentos se convierten en promesas que nunca serán cumplidas.
Sigo con mis dedos tus gotas salinas
que desvanecen el contorno de tu rostro,
cuando el corazón actúa indebidamente y explotan placeres. Cuando tus labios se convierten en mi propio tejido
y culminan con el sonido estridente de un beso.
Cuando los gritos no resuenan y las palabras no significan,
nuestra mirada es el código perfecto.
Tus manos tocan esa región despoblada detrás de mis orejas
- esa que sólo tu conoces –
y comienza la danza de las caricias
abriéndose por cuatro de mis sentidos,
y cada círculo que traza el pulgar
invita al alma a salir para encontrarse con la tuya
en otro mundo que sólo ellas conocen.
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